Historias de mundos lejanos

Historias de mundos lejanos
09.01.2017 Admin

Se han contado historias de hombres Nahuas disfrazados de gatos salvajes, embriagados, empuñando látigos que también habían sido empapados con mezcal, y que trenzados en danzas frenéticas se batían hasta mojar la tierra con la sangre de sus heridas para ofrendar a los dioses y bendecir sus cosechas. También se cuenta la de ‘los logrados’, niños Huicholes que en algún momento vencieron la fatal probabilidad de la mortalidad infantil de los tres años de edad, y que con mezcal fueron bautizados para celebrar su victoria sobre la muerte. Una crónica de un escribano español que data de 1560, también narra el trance en el que caían los ‘indios’ al ingerir una bebida alcohólica trasparente para emprender un viaje que acompañara la partida de sus pares al otro mundo.

Son muchas las historias de vida y muerte, y mezcal, a lo largo y ancho del país. También son muchas las ideas que de su origen se han escrito, incluso, en alguna publicación, se afirmó que proviene de la mezcla de tres culturas: la oriental, la occidental y la americana prehispánica. Quienes nos hemos interesado en el universo del mezcal coincidimos en ubicar sus orígenes en los pueblos ancestrales de México, sin embargo, hasta ahora, la falta de certeza -me atrevo a sugerir- se debió a que el proceso de destilación (necesario en la producción de mezcal) se presumía como una tecnología introducida a América por los españoles durante la conquista a través del alambique.

Algunos hallazgos arqueológicos, por ejemplo, Lamanai al norte de Belice y los más recientes de Teotihuacán en el centro de México, revelaron el uso de un tinte rojizo en la decoración de materiales usados en distintas ceremonias rituales. Este tinte, proveniente del cinabrio (un sulfato de azufre compuesto por una gran cantidad de mercurio) requirió para su uso la separación de sus elementos, un proceso posible solamente a través de la división química por evaporización y condensación, es decir, una forma de destilación.

Mari Carmen Serra PucheCarlos Lazcano, académicos de la Universidad Autónoma de México (UNAM), exploraron y descubrieron una serie de yacimientos de ollas de barro con escurrimientos líquidos y hornos de piedra bajo tierra junto a unidades habitacionales en el sitio Xochitécatl Cacaxtla en el Estado de Tlaxcala; a partir de allí, trazaron una ruta investigativa desde Arizona hasta Nicaragua. Más de doce años inmersos en el contexto social, económico y cultural de comunidades indígenas y mestizas, han quedado condensados en su obra: El Mezcal Una Bebida Prehispánica: Estudios Etnoarqueológicos. Un documento científico que permite afirmar –finalmente- que aunque el alambique lo trajeron los españoles, sin lugar a dudas, aquí ya se sabía de los procesos de destilación, y que esos hallazgos de hornos y ollas, resuelven la ecuación que ubica al mezcal como un elemento clave de las culturas prehispánicas.

Además de ofrecer una verdad científica, lo relevante, lo que sobresale de esos estudios, es el reconocimiento al carácter ritual y la función en el control y la reproducción social que este brebaje ejerció en esas sociedades. Una aproximación a la comprensión del rol social y cultural del mezcal como parte fundamental y exclusiva de los pueblos de México.

Cegato es insistir en que el mezcal es moda, bum superfluo. Es más acertado intentar comprender que éste espirituoso se abrió al mundo y éste lo ha abrazado en todas las dimensiones de sus cualidades técnicas y míticas. Una idea romántica me obliga a plantear una visión particular: aunque ha sido gracias al trabajo de varios actores, amantes y herederos de esta tradición que el mezcal resurgió y creció en popularidad, todo obedece a un llamado, el del mezcal que regresa a jugar un rol cultural importante en nuestras sociedades. Así me gusta pensarlo.

Sin desestimar las implicaciones biológicas de conservación del maguey debido a la sobre explotación, o la transformación de las economías de las comunidades productoras, o el peligro por la inminente pérdida del gusto histórico de la bebida, o el reconocimiento superficial que se le da a los maestros productores, o la precariedad en el diseño de políticas públicas en la creación de una industria sana, podríamos –o mejor, deberíamos- encaminarnos en la construcción de una nueva relación entre el mezcal y nuestros propios ritos, los de nuestra época.

Muchos han encontrado una oportunidad de negocio en esta industria, y son muchos los que no ven en el mezcal un elemento cultural valioso y significativo. La industria crece, va en auge, esa es una realidad innegable que inevitablemente debemos encarar.

Vale preguntarse, hoy en día, cuál sería un rol digno para el mezcal. Cómo interpretar su patrimonio, cómo reconocerse en ese mundo de una manera coherente, cómo velar por su conservación sin privarnos de sus valores. Sin duda se requieren sensibilización y consciencia. Ese es el principio. Pero también se requiere apertura.

Habrá que intentar construir una cultura mezcalera que impulse nuevas experiencias, que reconozcan lo significativo del mezcal por lo que representó para unos grupos sociales, pero también por lo que podría representar para nosotros en nuestro momento histórico. Hay mucho por hacer, comprender y compartir, pero sobre todo, mediar. Hagamos que los brindis por venir sean una misma voz, consonante en un deseo: Larga vida al mezcal.